EL PODER DE LA OSCURIDAD

Desde el principio de mi camino espiritual aprendí y verifiqué el poder de la luz. Metáforas como “sólo se necesita encender un fósforo para iluminar un cuarto completamente oscuro” nos ratifican ese mensaje. No hay duda del poder de la luz, sea ella natural, artificial o nuestra propia luz interior. Sin embargo, poco se habla del poder de la oscuridad. Leemos y algunas veces experimentamos su asociación con el inframundo mítico, donde vivimos nuestras más duras pruebas para salir nuevamente a la luz como nuevos seres y más sabios. Pero siempre al final la victoria es de la luz y su poder. No nos gusta estar en oscuridad, por lo tanto desvalorizamos su poder y su efecto en nosotros.

Este invierno, que ya se está yendo, fué uno de los más difíciles hasta el momento. No por la nostalgia durante las fiestas navideñas sino literlamente por la falta de luz. Por la oscuridad.

Yo viví 44 años en un país donde desde las 6:00 am el sol está brillando con fuerza durante todo el año durante las mismas 12 horas diarias. Desde hace 3 años, vivo en un país donde en invierno, la luz solar empieza a disminuir hasta sólo 5 horas por día. Y claro, la teoría me dijo siempre que el invierno es para “hibernar”, para meditar, para hacer introspección, pues sin la luz suficiente, no hay el ánimo o la energía para crear, hacer, actuar. El paisaje, la ropa que se necesita, la comida, todo te invita a estar en posición pasiva. En mi caso, no sólo me llevó a la pasividad, sino a la debilidad física y a un estado depresivo que jamás había experimentado.

Esa oscuridad me llevó a lo más profundo de mi ser en un estado de tristeza inmensa de la cual sólo quería salir inmediatamente. Por supuesto, fuí consciente todo el tiempo de el origen de mi estado de ánimo y claro, la primera reacción fué culpar a todo lo externo: el clima, la cultura, el trabajo, el marido, etc. Y por supuesto, las primeras soluciones son irse a un lugar soleado a pasar el invierno. Pero también, consciente de que todo lo externo es mi propio reflejo, la dicha de culpar a todo lo demás se fué esfumando para dar paso a la aceptación de mi realidad. Aceptar que hay esa tristeza, aceptar que esa tristeza procede de frustraciones internas y que la oscuridad lo que está haciendo es quitarme los distractores diarios para, por fin, ir bien adentro y confrontar mis autoexigencias, mi impaciencia y un duelo que quedó pendiente de hacer hace tres años por emprender una la carrera contra el tiempo de integrarme al nuevo país, empezar a trabajar y ser feliz en la nueva vida.
El poder de la oscuridad me enseñó (y me sigue enseñando, pues aún no se va el invierno) que las transiciones son difíciles y largas. Y por más que haya logrado miles de cosas en el pasado, hay que vivir la transición y aceptar el tiempo que dure. El poder de la oscuridad me enseñó que cada emoción y sentimiento por pequeño que sea es importante y a veces no basta con llorar una vez y cambiar el pensamiento hacia algo más elevado. El poder de la oscuridad me enseñó que no puedo pretender ser la misma aquí en este país, pues así como mi gato Thor se volvió más peludo y cambió sus rutinas de dormir y jugar, igual debo yo empezar mi proceso de adaptación cambiando hábitos no sólo conductuales sino de pensamiento.
La oscuridad me enseñó que durante esta transición no “perdí” todo lo logrado en mi vida en Colombia, sino que “dejé” todo lo logrado. Al dejar, implica que yo tomé la decisión y que esa decisión tenía un valor sagrado detrás. El amor.

Con la oscuridad recordé la importancia del amor básico, del amor propio y por amor a mí, recordé encender mi fósforo interno y empecé a iluminar a la Maestra interna, a la Sacerdotisa. Y esa Sacerdotisa iluminada me recordó que en la oscuridad llegamos a lo profundo y desde ese fondo podemos empezar a iluminar todo ese potencial que estaba cubierto y que ni se sabía de su existencia.

Con la oscuridad aprendí, que es a través de ella que podemos desarrollar nuestros talentos actuales, descubrir los que están ocultos y dar un salto hacia un nuevo nivel de creatividad. Verifiqué que la luz y la oscuridad no son enemigos en batalla continua, sino opuestos que complementan, se ayudan y me permiten avanzar. ¡Qué liberación cambiar la creencia de esa batalla eterna!

Y con la oscuridad reconocí el amor en mi príncipe, que de azul sólo tiene sus ojos. Pero que esos ojos son verdaderamente el espejo de su alma que al igual que la mía, se confunde y aclara, se enreda y se desenreda y también vive su propia transición.

Por suerte, los ciclos se cumplen.

Cumpliste tu misión oscuridad. Gracias por todo, pero ya no eres necesaria. ¡Qué viva la luz! Así es y está hecho.

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